David, llamado por Dios y consagrado por la unción (1 S. 16:1-13), es constantemente el «bendito» de Dios, al que Dios asiste con su presencia; porque Dios está con él, prospera en todas sus empresas (1 S. 16:18), en su lucha con Goliat (1 S. 17:45 y ss.), en sus guerras al servicio de Saúl (1 S. 18:14 y ss.) y en las que él mismo emprenderá como rey liberador de Israel: «Por doquiera que se iba le daba Dios la victoria» (2 S. 8:14).
David, encargado como Moisés de ser el pastor de Israel (2 S. 5:2), hereda las promesas hechas a los patriarcas, y en primer lugar la de poseer la tierra de Canaán. Es el artífice de esa obra de posesión por la lucha contra los filisteos inaugurada en tiempos de Saúl y proseguida durante su propio reinado (2 S. 5:17-25). La conquista decisiva es coronada por la toma de Jerusalén (2 S. 5:6-10), a la que se llamará «Ciudad de David». Se convierte en la capital de todo Israel, en torno a la cual se efectúa la unidad de las tribus, que con el arca introducida por David ha hecho de Jerusalén una ciudad santa (2 S. 6:1-9), y David desempeña en ella las funciones sacerdotales (2 5. 6:17). Así, «David y toda la casa de Israel» no forman sino un solo pueblo en torno a Dios.
David responde al llamado de Dios con una profunda adhesión a la causa del pueblo de Dios. Su religión se caracteriza por el imperativo de servir a la obra de Dios; así se guarda de atentar contra la vida de Saúl, incluso cuando tiene ocasión de deshacerse de su perseguidor (1 S. 24:6). Perfectamente abandonado a la voluntad de Dios, está pronto a aceptarlo todo de El (2 S. 11:25 y ss.) y espera que el Señor transforme en bendiciones todas las desgracias que tiene que sufrir (1 S. 16:17). Es el humilde servidor, confuso por los privilegios que Dios le otorga (2 S. 7:18-29), y por esto es el modelo de los «pobres» que, imitando su abandono a Dios y su esperanza llena de mansedumbre, prolongan su oración en las alabanzas y en las súplicas del Salterio.
El Mesías desciende de David; el éxito de David hubiera podido hacer creer que se habían realizado ya en él todas las promesas de Dios a Israel. Pero una nueva y solemne profecía da nuevo impulso a la esperanza mesiánica (2 S. 7:12-16). A David, que proyecta construir un templo, le responde Dios que quiere construirle una descendencia eterna: «Yo te edificaré una casa» (2 S. 7:27). Así orienta Dios hacia el prevenir la mirada de Israel. Promesa incondicionada que no destruye la alianza del Sinaí, sino que la confirma concentrándola en el rey (2 S. 7: 24). En adelante, Dios ofrece guiar a Israel y mantener su unidad por la dinastía de David. El Salmo 132 canta el vínculo establecido entre el área —símbolo de la presencia divina— y el descendiente de David.
El Mesías desciende de David; el éxito de David hubiera podido hacer creer que se habían realizado ya en él todas las promesas de Dios a Israel. Pero una nueva y solemne profecía da nuevo impulso a la esperanza mesiánica (2 S. 7:12-16). A David, que proyecta construir un templo, le responde Dios que quiere construirle una descendencia eterna: «Yo te edificaré una casa» (2 S. 7:27). Así orienta Dios hacia el prevenir la mirada de Israel. Promesa incondicionada que no destruye la alianza del Sinaí, sino que la confirma concentrándola en el rey (2 S. 7: 24). En adelante, Dios ofrece guiar a Israel y mantener su unidad por la dinastía de David. El Salmo 132 canta el vínculo establecido entre el área —símbolo de la presencia divina— y el descendiente de David.
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